La guerra continua en el Medio Oriente no es un hecho aislado. Representa un ciclo de violencia de 75 años, marcado por agravios históricos, luchas geopolíticas y crisis humanitarias que persisten desde hace décadas. En el último episodio de esta trágica historia, el Líbano se ha convertido en un nuevo campo de batalla.
Durante décadas, oleadas de violencia armada e innumerables operaciones militares vinculadas al conflicto con Israel han cobrado decenas de miles de vidas, destruido infraestructura vital y profundizado la crisis sociopolítica y humanitaria. En Gaza, región que ha estado bloqueada durante 17 años, la situación humanitaria se ha deteriorado drásticamente desde que Israel inició su campaña militar más reciente. Los intensos ataques aéreos han causado destrucción y daños graves en edificios residenciales, escuelas, campos de refugiados, instalaciones médicas y demás infraestructura civil esencial. Hasta ahora, al menos 43.000 personas han muerto en Gaza, incluidos 16.765 niños.
Esta reciente operación militar comenzó tras un ataque premeditado el 7 de octubre de 2023, en el que miembros del grupo militante Hamás mataron a 1.139 personas en Israel, en su mayoría civiles, incluidos niños y ancianos. Tras horas de violencia, el grupo armado se refugió en Gaza con 267 rehenes. Aunque muchos de ellos han sido liberados o rescatados desde entonces, 87 han muerto y alrededor de 70, incluidos dos niños, siguen en cautiverio.
La violencia brutal no ha hecho sino aumentar trágicamente; ahora involucra a otros grupos armados y países de la región. Una guerra a gran escala en el Medio Oriente está a punto de convertirse en una terrible realidad.
El Líbano, que aún lidia con las consecuencias de episodios anteriores de violencia (la guerra civil de 1975-1990, el conflicto y la ocupación entre Israel y el Líbano, la presencia militar siria, la guerra entre Israel y Hezbolá en 2006, los asesinatos políticos y la explosión del puerto de Beirut en 2020), atraviesa una serie de crisis políticas, económicas y sociales que han empeorado en estos últimos años. Ahora, este frágil país se enfrenta a otra guerra devastadora. Los bombardeos israelíes han llegado a zonas muy alejadas de los bastiones de Hezbolá en el sur del Líbano y el sur de Beirut, incluyendo el distrito central de la capital y otras partes del país.
Estos ataques han causado una destrucción generalizada y han tenido consecuencias devastadoras: hasta el 26 de octubre, 2.653 personas han muerto y 12.360 han resultado heridas, y alrededor de 1.2 millones de personas han sido desplazadas, es decir, alrededor del 20 por ciento de la población total. Se estima que 850.000 personas desplazadas viven ahora en condiciones difíciles, sin alojamiento adecuado, necesidades básicas ni servicios esenciales.
Hussein, un estudiante de tercer año de ingeniería, se vio obligado a huir de los bombardeos en su ciudad natal y encontró refugio en una escuela en otra parte del país. “Nuestras vidas han cambiado por completo desde que nos desplazamos”, dijo al personal del ICTJ en Beirut. “Adaptarse a la vida en la escuela ha sido difícil y todavía no nos hemos acostumbrado. Cada día se siente igual: comemos, rezamos, nos duchamos y esperamos a que termine la guerra, solo para enfrentarnos a otro día más de espera. Extrañamos nuestra ciudad, nuestro hogar, nuestras pertenencias y a nuestros seres queridos, que se sienten tan lejos”.
Lara, que vio reducida a escombros la casa de su infancia, expresó su determinación de regresar y reconstruirla. “El bombardeo masivo de edificios tiene como objetivo borrar nuestros recuerdos, cortar nuestro vínculo con esta tierra a la que pertenecemos y hacer imposible nuestra existencia, dejándonos sin otra opción más que irnos”, dijo al personal del ICTJ: “Y, sin embargo, es precisamente por eso que regresaremos. Reconstruiremos nuevos hogares y crearemos nuevos recuerdos”.
En los últimos años, oleadas de libaneses han abandonado el país por razones relacionadas con las crisis políticas y económicas actuales. Ahora, lo hacen para escapar de la guerra. El Líbano, que en su día fue un refugio para 1.5 millones de refugiados sirios que escapaban de la guerra civil, ahora está siendo testigo de cómo esos mismos refugiados, junto con ciudadanos libaneses, huyen de otra guerra y cruzan la frontera hacia Siria a pesar de la inestabilidad y los peligros que allí enfrentan.
Mientras el Líbano se enfrenta a las realidades de una nueva guerra, surgen interrogantes sobre su capacidad para enfrentar las devastadoras consecuencias y recuperarse. Aunque los esfuerzos de los ciudadanos para abordar la crisis humanitaria han sido destacables, la respuesta del Estado hasta ahora ha sido inadecuada debido a su limitada capacidad, lo cual produce serias dudas sobre la provisión de asistencia vital y la gestión a largo plazo de esta crisis. La reciente conferencia celebrada en París el 24 de octubre reunió a más de 70 naciones y organizaciones internacionales y recaudó mil millones de dólares en promesas de contribuciones para apoyo humanitario y militar al Líbano.
Sin embargo, con miles de casas demolidas y barrios enteros arrasados por los ataques aéreos israelíes, y dada la ya de por sí desmoronada economía del país, el Líbano también se enfrenta a muchas preguntas difíciles sobre la reconstrucción, la reparación a las víctimas y el tipo de sociedad que surgirá después de la guerra. ¿Será capaz el Líbano de crear condiciones que alienten a regresar a quienes se han ido? Esas condiciones incluirían estabilizar el panorama político, garantizar la seguridad y abordar las dificultades sociales y económicas. Evidentemente, esto requerirá mucho tiempo, esfuerzo y, lo más importante, la voluntad política para implementar reformas y cambios reales.
La crisis de desplazamiento también podría agravar los conflictos sectarios existentes en el Líbano y desencadenar la violencia interna. Por ello, el país necesita urgentemente estrategias eficaces para mitigar esas tensiones, que se ven exacerbadas por la propaganda sectaria y la desinformación.
Además, es fundamental no descuidar el profundo impacto psicológico que la guerra ha tenido en la población. Como explicó la psicóloga Maya Dbouk al personal del ICTJ: “El trauma colectivo se desarrolla tanto a nivel individual como social. En el plano social, las personas pueden adoptar comportamientos para sentirse conectadas con su comunidad, a veces reprimiendo las emociones como mecanismo de afrontamiento. En el plano individual, las respuestas varían: algunas buscan apoyo profesional, otras internalizan su dolor y, lamentablemente, algunas pueden no recuperarse nunca del todo”.
Mientras las partes en conflicto luchan por controlar la narrativa, mientras se culpan y demonizan mutuamente en un intento de polarizar a sus electores y a la comunidad internacional, es importante reconocer que sus versiones enfrentadas no alteran la cruda realidad del sufrimiento humano. El número de víctimas, la intensidad de su dolor y la gravedad de las atrocidades siguen siendo invariables. De hecho, independientemente de dónde provengan, se han perdido demasiadas vidas inocentes, demasiadas personas han sufrido heridas graves, demasiadas personas han perdido sus hogares y sus medios de vida, y demasiadas personas están de luto por la muerte de sus seres más queridos.
Hace setenta y cinco años, el mundo acordó adoptar las Convenciones de Ginebra, que establecen reglas sobre cómo deben conducirse las hostilidades armadas y protegerse a los civiles. Todas las partes en el conflicto han estado violando esas convenciones. Hamás y Hezbolá han lanzado cohetes contra Israel y se les acusa de situar activos militares en zonas civiles poniendo en peligro a los no combatientes, mientras que Israel ha utilizado una fuerza desproporcionada e indiscriminada, ha atacado infraestructuras civiles, incluidas instalaciones médicas, escuelas, edificios residenciales y lugares religiosos, y ha tomado como blanco a periodistas y a las fuerzas de paz de las Naciones Unidas.
Actuar contra estas normas y reglas establecidas y hacer caso omiso de los llamados y los esfuerzos diplomáticos para poner fin a la violencia no sólo agrava la crisis humanitaria, sino que socava los principios básicos de humanidad y responsabilidad sobre los que se construye toda sociedad. Es imperativo que todas las partes en este conflicto respeten estas normas y cumplan su compromiso de respetar y defender la vida y la dignidad humanas incluso en tiempos de guerra. Quienes violen estos principios deben rendir cuentas, ya que las víctimas tienen derecho a la justicia.
Las indecibles atrocidades cometidas durante el año pasado ponen de relieve la urgente necesidad de comprender en profundidad el contexto histórico y las causas profundas de este conflicto. No existe una solución militar para esta violencia prolongada, que ha cobrado demasiadas vidas. Solo se pueden lograr soluciones políticas duraderas y la paz abordando las causas profundas del conflicto y respetando plenamente las leyes y los sistemas acordados internacionalmente que rigen nuestro mundo compartido.
Hoy en día todavía es posible dar los primeros pasos hacia objetivos tan ambiciosos y, al mismo tiempo, alcanzables. Por eso es más importante que nunca unirnos para lograr un cese del fuego inmediato en la región, asegurar la liberación de los rehenes en estricto cumplimiento de las convenciones internacionales y garantizar el acceso sin trabas a la asistencia humanitaria para todos los necesitados. Estas acciones esenciales son vitales para avanzar hacia una paz duradera centrada en la dignidad humana, de una vez por todas.
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FOTO: La casa donde creció Lara, en el sur de Beirut (en primer plano), quedó reducida a escombros en un ataque aéreo israelí el 23 de octubre de 2024. (ICTJ)